“El 1º de Septiembre (de 1730) entre las nueve y diez de la noche la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diecinueve días”
Así comienza el escalofriante y famoso relato del Padre Curbelo, parroco de Yaiza, de la erupción y los días siguientes que transformaron para siempre la fisonomía de la Isla de Lanzarote, creando uno de los paisajes más alucinantes e impactantes de España. Un paraíso nacido del fuego de la tierra.
Lanzarote es un destino para todos, niños, adultos, jóvenes… Yo he estado en dos ocasiones, la primera con un gran grupo de amigos para celebrar el fin de curso y la otra, con mi novia en una escapada romántica. En ambas ocasiones volví enamorado de los encantos de la isla del fuego.
Lanzarote es relativamnete pequeña, no obstante, lo más recomendable es alquilar un pequeño coche para poder moverse por la isla libremente, ya que a pesar de que existe un buen transporte público, este no es muy cómodo por sus horarios y frecuencias.
En cuanto al alojamiento, las opciones son casi infinitas, desde hoteles todo incluido, con pisicina y zonas de recreo privadas, hasta pequeñas pensiones en la capital, Arrecife. En mi opinión la zona del sur de la isla, Playa Blanca, es la mejor opción por la cercanía a las mejores playas, al Parque Nacional de Timanfaya y a la espectacular zona de viñedos de La Geria.
La visita a la isla no puede sino empezar por su origen, por los volcanes de Timanfaya. El parque está cerrado a lo vehículos privados, tras pagar la entrada en la Garita de control (no os olvidéis de llevar dinero suelto porque no admiten pago con tarjeta) se debe aparcar el coche en las proximidades del Centro del Visitante, para luego continuar la visita en un autobús que realiza una ruta circular por los distintos parajes.
La espera es amenizada con varias demostraciones del vulcanismo que reina en la zona. Es impactante ver cómo se queman rastrojos secos con la simple introducción en las grietas de la montaña o cómo se producen geyseres artificiales con pequeñas cantidades de agua.
En el Centro del Visitante existe un restaurante, no es muy recomendable por lo caro, y una tienda de recuerdos que tampoco tiene precios muy competitivos. La mejor opción para la compra de recuerdos es el mercado de los domingos en la antigua capital de la isla, la Villa de Teguise.
Tras la visita al Parque lo más indicado es parar a tomar un pequeño refrigerio, y para ello no hay nada mejor que acercarse hasta La Geria, donde se puede degustar el vino lanzaroteño, el cuál es cultivado sobre arenas negras volcánicas. ¡Cuidado con el alcohol si se conduce! A mí me gustó especialmente el vino blanco, bien fresquito, pero existen también diversos tintos y rosados.
Junto con Timanfaya, Lanzarote no sería la misma isla sin la figura de Cesar Manrique, arquitecto y creador de espacios únicos. La adaptación que hizo de los espacios naturales creó verdaderas obras de arte como Los Jameos del Agua, un conjunto de varias piscinas y un auditorio en el interior de un antiguo tubo volcánico, o El mirador del Río antigua batería de cañones, reconvertida en mirador que se abre al mar en una pendiente de más de 470 metros de altura.
Estos son quizás los dos espacios imprescindibles de la larga lista que adaptó Manrique, El Jardín del Cactus, El Monumento al Campesino, La Cueva de los Verdes…. ¡Atención! En todos ellos sólo se admite pago en metálico.
Una isla sin playas es como un día sin noche. Lanzarote no tiene grandes playas, a excepción de la de Famara, pero a cambio ofrece preciosas calas de aguas transparentes, algunas de las cuáles son aptas para el nudismo. Si queréis terminar vuestro viaje relajandoos en las aguas del Atlántico nada mejor que las Playas de la Punta del Papagayo.
Por cierto, Lanzarote goza de tan buen clima que es posible bañarse en cualquier época del año.
Wiki | Lanzarote Timanfaya Cesar Manrique
Fotos | Fotos Marcus-Jose Carlos Villena ® Mural Viajes.net
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