Edificio Chrysler de Nueva York

12 diciembre, 2009
Fotografía: Roblisameehan

Fotografía: Roblisameehan

Si hay un lugar en el mundo lleno de edificios emblemáticos, cada uno con una historia digna de la mejor novela, ese es, sin duda, Nueva York. La llamada capital del mundo forma un espectáculo de urbanidad y cosmopolitismo en su máxima expresión en cada esquina. Un conglomerado de luces, neones, granito, asfalto y una vida muy particular, como si esta ciudad fuese un estado en sí mismo.

El listado de los edificios con nombre es amplio, el Empire State, la Estatua de la Libertad, las torres de Manhattan, el Madison Square Garden, y un largo etcétera que nos llevaría un rato enumerar. Entre ellos, me gusta la historia del edificio Chrysler, un prodigio arquitectónico y de ingeniería que nació en los locos años 20 del siglo pasado, cuando Estados Unidos se dividía entre la bancarrota, la prohibición y los excesos.

Las cifras del edificio Chrysler ya son una historia en sí mismas, y nos dan una idea de la magnitud de la empresa. 318 metros de altura, casi 21.000 toneladas de acero estructural, más de 390.000 remaches, cerca de 4 millones de ladrillos, 10.000 bombillas, 3.863 ventanas y 2.788 puertas, 56 kilómetros de tuberías y 1.200 de cables eléctricos. Cifras mareantes para una historia de cine.

Fotografía: Randy OHC

Fotografía: Randy OHC

Pero la vida cinematográfica del edificio Chrysler no termina ahí, al margen de haber formado parte de un buen número de películas de Hollywood, su propio nacimiento tiene elementos para un sólido guión. Construido con unas espectaculares medidas de seguridad para la época, pudo acabar con la maldición que decía que cada planta por encima de la 15 suponía un trabajador muerto.

Llegó hasta la planta 77 sin ningún cadáver a sus espaldas. Su apertura al público supuso el comienzo de las luchas legales entre el promotor Percy Chrysler y el arquitecto Van Allen, envueltos en una lucha por pagos y acusaciones que duró hasta la muerte de ambos.

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