Auschwitz, la vergüenza del nazismo

22 diciembre, 2009

cartelmuerte

Los muros de los viejos edificios de ladrillo todavía exhalan sufrimiento humano. Millones de vidas fueron segadas por la mentalidad errónea y violenta de un régimen para el que la vida de las personas valía menos que el plomo de un  proyectil. Auschwitz, la cicatriz del Holocausto, aun permanece en pie para sacudir el polvo de nuestras conciencias. En 1979, el complejo de Auschwitz-Birkenau fue declarado Patrimonio de la humanidad por la UNESCO, un símbolo que nos recuerda una barbarie que nunca debió suceder.

Un letrero metálico daba la bienvenida a los prisioneros: Arbeit macht Frei, el trabajo os hará libres. El cinismo Nazi no tenía límites. El óxido corroe ahora el metal de la inscripción, recientemente recuperada tras haber sido extraída por un grupo de individuos que pretendían venderla al mejor postor.

Después de recorrer las coloridas calles de Cracovia, tomamos un tren hasta  la pequeña localidad polaca de Oświęcim. A escasos kilómetros de la estación de ferrocarril se encontraba el mayor campo de concentración y exterminio ideado por el movimiento Nazi para poner en marcha la solución final al problema judío, el exterminio de toda una etnia.

entradaAuschwitz

Al llegar al campo de concentración, me paré a la entrada. Me fijé en un nutrido grupo de turistas que salía de uno de los pabellones, sus rostros reflejaban indignación y pena. El sol bañaba toda la instalación pero los fríos muros de los pabellones no permitían sentir el calor del gran astro.

Nos adentramos en uno de los pabellones. Tras unas enormes cristaleras se amontonaba el cabello de cientos de prisioneros. Los nazis tenían la costumbre de rasurar las cabezas de los cautivos para combatir de un modo eficaz la propagación de parásitos con el cabello hacían botones. Después tatuaban en su brazo el número que les identificaría mientras permanecieran con vida. Sentí frío y experimenté un sentimiento de cólera e impotencia. Me imaginé el horror que debieron sentir los condenados al llegar a Auschwitz para perder toda su humanidad.

En otro de los barracones se amontonaban los equipajes y enseres personales de los prisioneros. Los nazis se quedaban con los objetos de valor, deshaciéndose de todo lo demás. Los recuerdos de los recién llegados se evaporaban con sus pertenencias. Dentro del campo la vida no valía nada. Algunos soldados tiraban las gorras cerca de las alambradas para disparar a los cautivos que las recogían: cada muerte de un reo que trataba de escapar se recompensaba con días libres.

pabellones

Continuamos el recorrido por los barracones donde hacinaban a los prisioneros. Una colmena de camastros dispuestos en hilera que podían albergar unos mil prisioneros. Los supervivientes cuentan que si uno de los cautivos se daba la vuelta en el camastro, todos los demás se veían obligados a hacer lo mismo por la falta de espacio.

A medida que avanzábamos por el recinto aumentaban las historias sobre los asesinatos y torturas que padecían los prisioneros. Uno de los pabellones se empleaba  como celdas de castigo. Estaba formado por pequeñas habitaciones de un metro cuadrado en las que encerraban hasta tres reclusos. Sin luz, comida ni agua, y sin posibilidad de tumbarse, muy pocos sobrevivían a esa condena.

Cada nuevo pabellón, suponía una nueva fórmula de muerte. Frente al crematorio en el que se borraban las huellas los prisioneros asesinados, se encontraba la barraca de experimentación. Un siniestro lugar en el que se realizaban experimentos y pruebas científicas con niños, mellizos, enanos, y todo aquel que llamase la atención a los dementes científicos nazis. Las pruebas, todas ellas con una marcada carencia de humanidad solían terminar con la muerte del individuo. En este barracón se hizo célebre el Doctor Josef Mengele, o mejor, el doctor muerte.

verja

Mi visita acabó en las cámaras de gas, las mismas que segaron la vida de millones de personas, aunque la cifra de asesinatos es hoy en día controvertida. Al salir de allí, mi estómago se cerró y mi conciencia se desbordó. El siguiente destino era Birkenau, el centro de exterminio. Decidí no ir allí, había tenido suficiente, una sobredosis de barbarie.

David Nogales

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